Los responsables del museo habían
recurrido a todo tipo de campañas para financiar la restauración
del edificio, un antiguo palacete exquisito y decadente. Ninguna de
las iniciativas había dado resultado: los visitantes, incluidos
aquellos que se decían cautivados por las maravillas del museo, se
resistían a aportar donativos para la necesaria rehabilitación.
Hasta que la vigilante de los jardines, casi dejando caer la frase en
el café que sujetaba entre sus manos, le sugirió al gerente la idea
definitiva. En menos de un mes recaudaron un tercio de la cantidad
necesaria. En el pequeño foso cercado bajo las palmeras, desde donde
tan solo se veía el sucio adoquín de un asentamiento maya, dejaron
caer un par de monedas. “Dice la leyenda que hay que pedir un
deseo”, comentó la vigilante a los primeros turistas de aquel día.
Un año después, el museo estaba
restaurado. En la actualidad, todas las guías de viajes mencionan la
leyenda. Ninguna menciona a la vigilante.
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